Como ya avisé en otro artículo tenía pendiente argumentar el porqué de tan grave blasfemia, ya que podría resultar impactante para todo purista de la música clásica que se precie. Mozart y Chopin son las figuras mas controvertidas dentro de las rigideces del mundo clásico al que pertenecen. En ningún momento ninguno de los dos perdió su vínculo con los usos y maneras del populacho. Populacho que envolvía hasta entonces la labor creativa del músico de cámara dentro de su urna de cristal. Mozart no era como los demás, y Chopin poco después tampoco lo fue. Ambos no olvidaron la realidad de su tiempo, ni todo aquello que les envolvía diariamente. Mozart devoraba operetas populares, le divertía esas representaciones teatrales con melodías populares, donde se fornicaba, blasfemaba, asesinaba y violaba. Sin que ello causase un escándalo en la corte, ni tampoco la condena del clero, que jamás se hubiesen dejado caer por allí. Mozart niño precóz, esclavizado laboralmente por su padre, que temía hasta el punto de llegar al desequilibrio neurótico cada vez que lo veía. Visitó todas las cortes de Europa con apenas 6 años de edad, en un espectáculo donde su padre le vendaba los ojos, y ciego desgranaba con gran maestría cualquier repertorio que le sugiriera el nutrido público cortesano que le contemplaba atónito. Pero al pequeño Wolfgang Amadeus jamás le interesó, a diferencia de su padre, la alternancia con personas distinguidas de la corte.
Aunque si hubo algo que despertara su precoz interés fue la otra realidad que se desarrollaba durante las fiestas en cámaras y pasillos circundantes. Bacanales y voracidad, gula y desenfreno. Pronto le costó entender porque se exigía esa rigidez en la música cuando todo lo demás era puro estallido. Con bajadas y subidas continuas en fortuna, desengaño, amores, y juego. Sus primeras obras estrenadas, sus últimas óperas, sus ensayos nunca estrenados en vida, recogían ese influjo popular que latía en todas partes dentro del laberinto de pasiones humanas. Escuchando cualquiera de sus obras uno sabe que en ellas late la vida del día a día.
Bien ahora llega el turno a Chopin, alma romántica torturada por el tiempo que le tocó vivir. No debió ser grato el exilio en París, ciudad cosmopolita y con un latido diferente al de su anhelada Varsovia donde se sintió solo y ajeno a todo lo que le envolvía, con un dolor siempre presente y arrollador en su vida. Profundamente enamorado de su amiga y compañera de conservatorio Constanza Gladkowska, por quien dijo, "aquella con quien sueño cada noche, no le he dicho ni una palabra", nunca llegó a concretar ese romance, pero marcó muchas de sus producciones. La ocupación Zarista de su país ante la explosión revolucionaria de 1830 con su consiguiente represión atroz de la población civil, hizo que esa conexión desoladora y romántica presidiese toda su obra hasta su muerte. Antes hubiese sido impensable y escandaloso que la vida real y cotidiana de un compositor se viese tan reflejada en su producción. Ese universo paralelo creativo al que nada exterior le afectaba donde reinaba la matemática de la nota parecía diluirse en ellos.
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