Fue en un barrio con vapor saliendo de las alcantarillas hace ya unos cuantos años, cuando de un pequeño bar salía una voz que parecía rebotar en cada una de las callejuelas circundantes, su atemporalidad rivalizaba con la de los desgastados ladrillos. Con un reducido aforo de habituales barrigones cerveceros contemplando aquel bolo, una chica guiri cantaba y cantaba. Exprimía cada fonema como un viejo gramófono lo hace con su aguja arqueada.
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