La Época del Patrón Oro, Cuando la Moneda y los Billetes Tenían un Respaldo Real hasta la llegada de la era Fiat.

 


Durante más de un siglo, el patrón oro fue el pilar del sistema monetario internacional. Su promesa era sencilla: cada unidad de dinero emitida tenía un respaldo físico en oro, lo cual otorgaba estabilidad, confianza y disciplina fiscal. Sin embargo, también imponía rigideces que colisionaban con el crecimiento económico y las necesidades de liquidez de economías cada vez más complejas. Hoy, en 2025, el mundo opera en un sistema completamente distinto: divisas soberanas sin respaldo físico, bancos centrales con función activa de estabilización y mercados financieros globales con niveles de deuda nunca vistos.

El patrón oro clásico (1870–1914) establecía una relación fija entre la moneda y el oro. Este esquema se sustentaba en cuatro pilares:

  1. Respaldos metálicos: el dinero era convertible en una cantidad fija de oro.

  2. Disciplina fiscal y monetaria: los gobiernos no podían emitir dinero libremente, pues estaban limitados por sus reservas.

  3. Estabilidad cambiaria: los tipos de cambio entre países eran estables, lo que fomentaba el comercio internacional.

  4. Confianza: los ahorradores y las empresas confiaban en la “solidez” del sistema.

Sin embargo, esta aparente fortaleza escondía importantes debilidades:

  • Rigidez monetaria: no permitía aumentar la oferta monetaria en crisis profundas.

  • Deflación estructural: la escasez relativa de oro generaba presiones deflacionarias.

  • Transmisión automática de crisis: los desequilibrios se corregían con ajustes dolorosos en empleo y salarios.

Tras la Primera Guerra Mundial y especialmente tras la Gran Depresión, el patrón oro se volvió insostenible. Tras la Segunda Guerra Mundial, el sistema de Bretton Woods mantuvo un semipatrón oro-dólar, donde el dólar era convertible en oro y el resto de monedas se ataban al dólar. Era una versión más flexible del sistema clásico.

El quiebre llegó en 1971, cuando Nixon suspendió la convertibilidad del dólar en oro. Desde entonces, todas las divisas principales son dinero fiat: su valor se basa en la confianza y en la capacidad económica del país que las emite, no en un metal precioso.

Ventajas del sistema fiat

  • Flexibilidad en crisis: los bancos centrales pueden expandir la oferta monetaria y proveer liquidez (p. ej., 2008 o 2020).

  • Gestión activa del ciclo económico: tipos de interés, compras de activos y coordinación política permiten suavizar recesiones.

  • Facilidad para financiar infraestructuras, innovación y bienestar social.

Desventajas del sistema fiat

  • Propensión a la inflación: si se abusa de la emisión monetaria.

  • Crecimiento descontrolado de la deuda pública y privada.

  • Dependencia excesiva de los bancos centrales para sostener la estabilidad.

  • Riesgo de burbujas financieras por dinero “demasiado barato”.

En suma, el dinero fiat dio flexibilidad, pero abrió la puerta a desequilibrios sistémicos. En 2025, el mundo enfrenta uno de sus mayores desafíos económicos: niveles de endeudamiento global récord. El sistema fiat facilita la deuda porque los gobiernos pueden financiar déficits con emisión monetaria indirecta. Los tipos de interés ultrabajos durante décadas incentivaron el crédito. Empresas y particulares se acostumbraron a un coste del dinero artificialmente reducido. Esto ha generado algunos riesgos crecientes como que Países muy endeudados dependen de que los mercados confíen en su moneda. Cualquier pérdida de confianza puede disparar primas de riesgo y provocar crisis fiscales. El aumento de tipos por los bancos centrales para controlar la inflación tensiona aún más a gobiernos, bancos y empresas. El exceso de liquidez ha inflado precios de vivienda, bolsa y bonos, generando riesgos sistémicos. La economía global se ha acostumbrado a que los bancos centrales actúen como estabilizadores permanentes; esto debilita la disciplina fiscal. La desaparición del respaldo metálico generó problemas que hoy están muy presentes: Los ciclos de auge y caída se volvieron más intensos.El dinero barato elevó el valor de activos financieros —beneficiando a quienes ya los poseían— mientras los salarios crecían más lentamente.Las devaluaciones competitivas y crisis de deuda soberana (Latinoamérica 80s, Asia 90s, Europa 2010s) son más comunes en el mundo fiat.

¿Podría el mundo volver a un sistema similar al patrón oro en 2025?

Esta pregunta aparece cada cierto tiempo, especialmente tras crisis financieras o períodos de inflación. Volver exactamente al patrón oro es altamente improbable, pero existen vías intermedias que podrían recuperar parte de su disciplina. Las reservas de oro no son suficientes para respaldar la economía global y la transición sería extremadamente costosa y se perdería una herramienta de respuesta ante las crisis. Por otro lado ninguna gran potencia económica, como lo es actualmente Estados Unidos, querría renunciar a este privilegio de poder dar a la máquina de creación de dinero cuando sus necesidades estratégicas y geopolíticas lo requirieran. Sin embargo,  existe la posibilidad de una tercera vía que podría suponer una solución más eficiente para el sistema monetario internacional de cara al futuro.   En lugar de respaldar el dinero con oro, los bancos centrales pueden comprometerse a reglas claras: estableciendo límites estrictos a la expansión monetaria, Objetivos de inflación más estrechos, una prohibición de financiar déficits públicos. Un “cesto” de activos podría actuar como referencia global para estabilizar monedas: se podría utilizar una combinación que incluyese Oro, Plata, y materias primas estratégicas, unido a una canasta de divisas más estables. Incrementar a su vez las reservas de oro de los bancos centrales nacionales. En el sistema monetario global también se debería insistir en un respaldo en activos por parte de las monedas digitales, con bonos soberanos, metales estratégicos y commodities. Monedas digitales de bancos centrales (CBDC),  con reglas de emisión automáticas y puede programarse para que: no se emita más allá de ciertos límites, responda con contraciclos automáticos y garantice transparencia total. El abandono del patrón oro permitió a las economías crecer, financiar su modernización y responder mejor a las crisis. Pero también generó un mundo donde la deuda, la inflación ocasional y la dependencia de los bancos centrales forman parte estructural del sistema.

Volver al patrón oro original es prácticamente imposible en 2025, pero sí es factible —y cada vez más necesario— crear un sistema monetario con mayor disciplina, transparencia y límites claros, aprovechando tecnologías como las CBDC y marcos de política basados en reglas.

El reto del siglo XXI será encontrar el equilibrio entre flexibilidad y estabilidad. En esa búsqueda, algunas lecciones del viejo patrón oro siguen siendo sorprendentemente útiles.






 

Joaquin Rivera Chamorro La Guerra Civil Española Contada con un Detenimiento Como Jamás Antes te la Habían Contado

                       

   

                      


En un mundo donde la historia se cuenta, la mayoría de las veces, desde los despachos o las cátedras universitarias, Joaquín Rivera Chamorro decidió escribirla desde las trincheras. Primero con botas de campaña, y más tarde con la pluma, como si entre ambas hubiera un diálogo inevitable. Porque en el fondo, su vida es eso: una conversación entre el deber del soldado y la curiosidad del historiador.

Rivera Chamorro sirvió durante más de tres décadas en el arma de Ingenieros del Ejército de Tierra español. En su hoja de servicios figuran ocho misiones internacionales: Bosnia, Kosovo, Líbano, Afganistán… nombres que evocan la geografía del conflicto contemporáneo, pero también la fragilidad del orden mundial. Allí aprendió que la historia no se entiende del todo desde los mapas ni desde los libros, sino desde el barro, el miedo y la incertidumbre de las decisiones humanas.

Esa experiencia no lo convirtió en un nostálgico del uniforme, sino en un curioso del tiempo. Por eso, al colgar el fusil, no se despidió de la guerra: la estudió. Obtuvo un Máster en Paz, Seguridad y Defensa por el Instituto Universitario Gutiérrez Mellado, y se adentró en los senderos menos transitados de la historia militar española. Hoy, mientras prepara su tesis doctoral sobre “militarismo y nacionalismo catalán entre 1876 y 1936”, Chamorro es un investigador que ha aprendido a escuchar los ecos de la historia sin dejarse deslumbrar por sus gestas. De esas escuchas nació La Guerra Civil que vino de África (La Esfera de los Libros, 2025), un ensayo en el que desmenuza un fenómeno tantas veces mencionado como pocas veces comprendido: el peso de los “africanistas” en el estallido de la Guerra Civil.

A través de una escritura clara y precisa, Rivera Chamorro reconstruye cómo una generación de oficiales endurecidos por las campañas de Marruecos se convirtió, sin saberlo, en el germen del conflicto que incendiaría España en 1936. No lo hace desde el juicio moral, sino desde la anatomía del destino: cómo una guerra colonial puede incubar otra civil, cómo la experiencia del mando, la jerarquía y la violencia pueden transmutarse en ideología.

Su mirada no es la del académico distante. Es la del testigo que comprende la tensión entre la obediencia y la conciencia, entre la patria y la política.
“Los generales que forjaron su destino en África —parece decirnos Rivera— no sólo regresaron con cicatrices, sino con una forma de mirar el mundo que marcaría la historia de España durante medio siglo.”Rivera Chamorro pertenece a una estirpe poco común: la del militar que se pregunta por las causas, no sólo por las órdenes. Su pensamiento, más que reivindicativo, es analítico. Busca comprender el engranaje invisible que une el poder, la nación y la identidad.

Su investigación sobre el militarismo y el nacionalismo catalán en el tránsito del siglo XIX al XX aborda un tema espinoso con serenidad: cómo las ideas de patria y ejército convivieron —a veces en conflicto, a veces en alianza— con las aspiraciones de autogobierno y afirmación nacional.
No es un relato de vencedores y vencidos, sino de tensiones, de matices, de silencios. Es, en el fondo, una reflexión sobre la fragilidad del Estado moderno cuando las lealtades se dividen entre la bandera y la tierra.Pero Rivera Chamorro no se limita a las bibliotecas. En su canal de YouTube —seguido por cientos de miles de personas y con más de doce millones de visitas— combina historia militar, geopolítica y reflexión contemporánea. Habla con serenidad y precisión, sin grandilocuencia ni artificio.

Cada vídeo es una pequeña clase magistral en la que se mezclan el rigor y la experiencia. Habla de Ucrania y de Marruecos, de Afganistán y de Cataluña, de Clausewitz y de la prensa del siglo XIX. Su voz, grave y templada, se ha convertido en una referencia para quienes buscan entender el presente sin perder la perspectiva del pasado.

A través de ese trabajo divulgativo —y de sus colaboraciones en medios como E-Notícies— ha logrado algo poco común: acercar la historia militar a un público general sin convertirla en espectáculo. Ha demostrado que se puede hablar de defensa y seguridad sin caer en el belicismo, y que se puede estudiar la guerra desde el respeto, no desde la fascinación.Su obra, sin embargo, no se limita al dato ni al archivo. Rivera Chamorro escribe con la conciencia de quien ha visto lo mejor y lo peor del ser humano. Su tono no es el del patriota ciego, sino el del humanista que sabe que las naciones son construcciones tan frágiles como las personas que las habitan.

En su manera de narrar se percibe una preocupación ética: cómo se construyen las lealtades, cómo se fabrican los héroes, cómo se justifican las guerras. Hay en su escritura una suerte de compasión intelectual por los hombres de uniforme —los de ayer y los de hoy—, atrapados entre el deber y la historia.no es sólo un historiador ni sólo un militar retirado. Es un narrador de los pliegues del tiempo, un explorador de las causas invisibles que moldean las sociedades.

Su obra une lo que tantas veces la academia separa: la experiencia vivida y la reflexión crítica. Desde las dunas del Rif hasta los archivos del Instituto Gutiérrez Mellado, su camino traza una idea sencilla y poderosa: que la historia, si no se comprende, se repite.

Y acaso por eso escribe, habla, enseña.cPorque sabe que cada país necesita, de vez en cuando, un soldado que mire hacia atrás no para combatir, sino para comprender. No es sólo un historiador ni sólo un militar retirado. Es un narrador de los pliegues del tiempo, un explorador de las causas invisibles que moldean las sociedades.

Su obra une lo que tantas veces la academia separa: la experiencia vivida y la reflexión crítica. Desde las dunas del Rif hasta los archivos del Instituto Gutiérrez Mellado, su camino traza una idea sencilla y poderosa: que la historia, si no se comprende, se repite.





        

El Café Gijón, esos cafés europeos del pasado que eran lugares bohemios y llenos de tertulias culturales, canallescas, políticas y pícaras.

 


Aquí, donde la Gran Vía tiembla de coches y nostalgia, aún queda un rincón donde el tiempo se sirve en taza blanca, con cucharilla temblando. El Café Gijón no es un café: es una patria. Una república de tertulia, con constitución de mármol y olor a café cargado con resaca de tinta. Es un reflejo de la vieja Europa, ilustrada y no tanto,  que empieza a diluirse como el azucarillo en un café cargado. Cargado de globalismo, en una epidemia de pérdida de identidad y costumbres definidas, una manera de entender la vida antes de ser diseccionada por las franquicias globales, el turismo masivo, y la inmigración teledirigida. 

Uno entra al Gijón como quien entra a una novela que aún no ha escrito. Porque este café no se bebe: se redacta. Está escrito en servilletas, en las esquinas donde se escondió Cela, en los espejos que devuelven no reflejos, sino memorias. Los camareros son como personajes secundarios de una novela de Baroja: serios, discretos, sabios. Saben más de literatura que muchos premios de editoriales.

Allí, en la mesa junto a la ventana, creo ver la sombra de Umbral con su bufanda de bufanda, como de personaje que viene del invierno literario. Está con la mirada perdida en las piernas de una musa que ya no pasa, y el cuaderno abierto como una herida. Lo imagino diciendo:
—Yo he venido aquí a hablar de mi café.

Y el café, amigos, no es el líquido, sino el templo. Porque el Gijón es el último confesionario laico de Madrid. Uno se sienta y empieza a hablar consigo mismo sin darse cuenta. A veces acude algún moderno con portátil y pretensión, pero el mármol, que ha oído los versos de Leopoldo Panero y las carcajadas tristes de Umbral, se ríe en silencio. Aquí no se viene a conectar al WiFi, sino al alma.

Han querido matarlo mil veces, al Gijón. Lo han cercado de franquicias y de turistas con mochilas como naves nodrizas. Pero el Gijón resiste, como resiste una palabra cuando el diccionario la quiere jubilar. Porque no es rentable, dicen. Porque no produce, murmuran. Pero nadie entiende que el Gijón produce lo que ya no se mide: ideas, artículos, novias fugaces, novelas comenzadas y nunca acabadas. Y, sobre todo, tiempo detenido. El Gijón produce Madrid, el de verdad, no el de escaparate.

En el Gijón nadie apura el café. Se deja enfriar como se enfría una vida que uno no quiere beber de golpe. La gente habla bajito, como si todavía estuviera vivo Valle-Inclán y pudiera escucharnos desde el fondo, con su bastón cruzado y su ceja arqueada. Porque aquí uno no alza la voz. Aquí uno escribe sin papel.

Y así seguirá, mientras queden cafés que no sean solo cafeterías. Mientras haya una mesa con sombra de escritor. Mientras el mármol conserve el eco de las palabras que no se dijeron pero se pensaron. El Café Gijón, como Umbral, no morirá nunca. Porque Madrid no se entiende sin su bufanda, sin su humo, sin su taza tibia al borde del invierno.




¿ Existe la Muerte? La Ciencia dispuesta a saltarse sus limitadas premisas empíricas de partida que tantas rigideces generan