El Futuro Tecnológico que Viene Para Transfórmalo Todo: Agentic, y Plataformas de Gobernanza IA, Tecnología Climática, Convergencia entre Inteligencia Humana y Máquinas, y mucho más.

Este año no ha sido uno más en el calendario de la humanidad. Ha sido un punto de inflexión, un cruce de caminos donde las antiguas certezas se disuelven en el horizonte y emergen nuevas posibilidades. En nuestro viaje continuo hacia la digitalización —esa vasta migración de lo analógico a lo etéreo— hemos dado pasos significativos que están reconfigurando el tejido mismo de la civilización. En los entornos donde la tecnología se gesta, los CIOs y los líderes de IT ya no se enfrentan a simples desafíos técnicos. Se enfrentan al vértigo de la aceleración. En un universo donde lo constante es el cambio, conservar el liderazgo requiere una forma casi evolutiva de inteligencia: la capacidad de anticiparse a lo desconocido. Ser visionario es, hoy más que nunca, una necesidad. Según Gartner, las tecnologías que definirán el año 2025 no son solo herramientas; son manifestaciones de una nueva era. 

Las agrupamos en tres grandes constelaciones: 
 
Los imperativos y riesgos de la inteligencia artificial. 
Las nuevas fronteras de la informática. 
Las sinergias emergentes entre el ser humano y la máquina. 

Agentes Inteligentes: la IA que actúa por sí sola, nos aproxima a la era de la Agentic AI, entidades de software capaces de actuar con autonomía, planear, aprender y adaptarse para cumplir objetivos específicos. No son conscientes, pero se comportan como si lo fueran en contextos delimitados. Estas inteligencias artificiales, dotadas de memoria, planificación y percepción, pueden impulsar la productividad organizacional con una eficiencia sin precedentes. Gartner predice que, para 2028, el 15% de las decisiones diarias en el entorno laboral serán tomadas por estas entidades no humanas. Pensemos en ello: decisiones, antes humanas, ahora delegadas a procesos algorítmicos. ¿Estamos preparados? 

 Gobernanza ética: IA bajo vigilancia. Todo poder debe ser regulado. Las plataformas de gobernanza de IA serán el contrapeso necesario. Como los frenos en un vehículo interestelar, estas plataformas garantizarán que la inteligencia artificial no transgreda nuestros valores. Su propósito no es limitar, sino encauzar. Supervisarán la transparencia, la equidad y la responsabilidad, velando para que ningún grupo humano quede a merced de algoritmos inescrutables. 

Computación cuántica y el dilema del mañana: La llegada de los qubits no es una simple mejora, es una revolución conceptual. Computadoras cuánticas realizarán cálculos que, hasta ahora, sólo eran concebibles en sueños matemáticos. Pero con este nuevo poder surge una amenaza: los actuales métodos criptográficos, aquellos que protegen nuestras comunicaciones y secretos, podrían quedar obsoletos. Así nace la Post-Quantum Cryptography —una disciplina naciente destinada a protegernos en la era cuántica. La Post-Quantum Cryptography surge como un escudo matemático, diseñado para resistir incluso el embate de las máquinas que operan más allá de lo clásico. Es la forja de nuevas claves, no solo en código, sino en previsión. Una promesa de que, incluso ante lo desconocido, podemos prepararnos con razón y asombro.   El NIST (National Institute of Standards and Technology) en EE. UU. lidera la estandarización de algoritmos resistentes a la computación cuántica. Desde 2016 organiza una competición mundial para seleccionar los algoritmos criptográficos más seguros para el futuro. En Europa Agencias como la NSA o la Agencia de Seguridad Cibernética de la UE (ENISA) también están involucradas, evaluando amenazas y políticas de adopción. Equipos de criptografía teórica de universidades como MIT, TU Darmstadt, INRIA o la Universidad de Waterloo desarrollan nuevas matemáticas resistentes a qubits. Se investiga en ramas como retículas (lattices), códigos corrección de errores, funciones multivariantes, y criptografía basada en hash. IBM, Google, Microsoft, Intel, AWS y Cloudflare, entre otras, ya prueban y despliegan versiones "cuántico-seguras" de sus protocolos de seguridad, como TLS (Transport Layer Security).Startups como PQShield, Post-Quantum o ISARA trabajan exclusivamente en soluciones criptográficas post-cuánticas para gobiernos y bancos. Su procedimiento diseña algoritmos resistentes a la computación cuántica; NTRU y Kyber: basados en estructuras algebraicas complejas (retículas), Dilithium y Falcon: para firmas digitales seguras en un mundo cuántico. Los algoritmos deben ser seguros y rápidos. Se estudian ataques clásicos y cuánticos, eficiencia en dispositivos pequeños, resistencia a errores y compatibilidad con sistemas existentes. Se crean bibliotecas criptográficas y herramientas para que empresas, navegadores web, bancos y gobiernos puedan hacer la transición sin vulnerabilidades. Muchas trabajan ya en soluciones híbridas: sistemas que usan criptografía clásica y post-cuántica simultáneamente. En definitiva, se trata de una carrera contra el tiempo, una vigilancia científica que nace del asombro, de la necesidad de proteger lo invisible —nuestros datos, contratos, secretos— ante una revolución tecnológica que aún no ha ocurrido… pero ocurrirá.

Tecnología climática: reparar nuestro único hogar En medio del asombro tecnológico, no debemos olvidar que nuestra nave espacial —la Tierra— sigue siendo frágil. La tecnología climática, en todas sus formas, es un imperativo ético y ecológico. Desde el uso eficiente de energía hasta la captura de carbono, estamos aprendiendo, quizás demasiado tarde, a reconciliar nuestro avance con la biosfera que nos dio origen. La convergencia de humanos y máquinas. La línea que separa al humano del algoritmo se difumina. Interactuamos ya con sistemas que nos comprenden, que generan lenguaje, imágenes y decisiones. Algunos los llaman gemelos digitales, otros simplemente asistentes. Pero todos coinciden en que esta simbiosis ampliará nuestras capacidades, como una nueva etapa evolutiva: homo sapiens digitalis. La tecnología climática emerge no como simple invención, sino como respuesta humilde y grandiosa a ese llamado. Capturamos carbono del aire como quien recoge el polvo de estrellas, y diseñamos inteligencia que guía a los sistemas energéticos como una brújula consciente. Cada célula solar más eficiente, cada red eléctrica que aprende, es un acto de reconciliación con nuestro mundo. Porque preservar la Tierra no es solo una opción tecnológica, es una expresión cósmica de madurez.

Computación híbrida: el ensamblaje de inteligencias La computación híbrida será la arquitectura del futuro. Combinando CPU, GPU, dispositivos neuromórficos y cuánticos, abriremos puertas a soluciones antes impensables. Las CPU tradicionales, las GPU hambrientas de datos, los chips neuromórficos que imitan al cerebro y los sistemas cuánticos que rozan lo imposible… todos se entrelazan. Ya no se trata de elegir una tecnología, sino de orquestarlas como instrumentos en una sinfonía cósmica de procesamiento. Es la danza de lo clásico con lo emergente, del cálculo determinista con el caos creativo. Una forma de pensar y resolver problemas que se adapta, aprende, evoluciona. Como si la inteligencia de las máquinas comenzara, por fin, a reflejar la diversidad del universo que las engendró.No es una promesa lejana, sino un campo en plena expansión, impulsado por la necesidad de resolver problemas demasiado complejos para una sola arquitectura. Se combinan CPU (versátiles), GPU (óptimas para procesamiento paralelo), TPU (optimizadas para IA), FPGA (reconfigurables) y ASICs (diseñados a medida).Ejemplo: NVIDIA Grace Hopper Superchip combina CPU y GPU en un mismo sistema para acelerar cargas de IA y simulación científica. Computación en la nube y en el borde en plataformas como AWS, Azure y Google Cloud que permiten distribuir tareas entre la nube y dispositivos periféricos (edge computing), equilibrando latencia, potencia y seguridad. Esto es crucial para IoT, vehículos autónomos o ciudades inteligentes. En el campo de exploración de tecnologías emergentes en esta área, no hay que olvidar a Chips neuromórficos como los de Intel (Loihi) imitan la estructura del cerebro humano para tareas energéticamente eficientes. A la computación fotónica (con luz) y  Cuántica se ensayan en laboratorios y entornos de prueba. IBM, Rigetti y D-Wave ya ofrecen acceso a procesadores cuánticos en la nube. Framework Híbridos y Software Orquestador usándose herramientas como Ray, Kubernetes, TensorFlow o ONNX Runtime para coordinar múltiples tipos de hardware en un flujo unificado. Permiten que un modelo de IA, por ejemplo, entrene en GPU, procese datos en FPGA y ejecute inferencias en CPU o chips en el borde. Los posibles casos de uso inmediato son claros, como por ejemplo: La Medicina personalizada que combinaría la IA, supercomputación y datos genómicos,  o la Simulación Climática,  que uniría modelos físicos clásicos y redes neuronales en plataformas híbridas. No hay que olvidar los campos de aplicación en la automoción y la robótica, donde se fusionarían sensores, IA y control en tiempo real desde distintos procesadores.

Computación espacial: del mundo físico al virtual.  Las realidades aumentada y mixta, impulsadas por redes 5G y dispositivos inmersivos, nos invitan a un nuevo tipo de existencia: una en la que el mundo físico y el digital se funden en experiencias vividas, no simplemente observadas. Educación, salud, comercio... todos serán campos de esta expansión sensorial. 

Robots multifuncionales: ayudantes incansables Los robots ya no son ciencia ficción. Son herramientas versátiles que realizan tareas que antes requerían inteligencia humana. Recogen, embalan, transportan, cuidan, reparan. Su papel será central en un mundo que busca eficiencia sin sacrificar humanidad. La computación híbrida hoy es un ecosistema coordinado, no una máquina individual. Una forma de razonar con múltiples lenguajes de silicio, preparada para los desafíos que la ciencia, la industria y la vida nos imponen en un mundo interconectado.  En el cruce entre la mecánica precisa y la inteligencia digital, los robots multifuncionales emergen como los nuevos artesanos del mundo automatizado.
No son autómatas ciegos, sino entidades versátiles que aprenden por imitación, adaptan sus movimientos y colaboran con humanos en armonía fluida.
Hoy, fábricas inteligentes los despliegan para ensamblar, embalar o inspeccionar con una destreza que alguna vez fue solo humana.
En hospitales, entregan medicinas, asisten pacientes y desinfectan espacios con compasión codificada.
Empresas como Boston Dynamics, ABB o Agility Robotics exploran su autonomía, equilibrio y sensibilidad al entorno.
Son los brazos extendidos de nuestra imaginación tecnológica, capaces de hacer —y rehacer— el mundo con cada iteración.

 El valor de los datos: la nueva materia prima del cosmos digital.  Los datos son los átomos del mundo digital. Bien gestionados, permiten a la inteligencia artificial aprender, adaptarse, crear. Mal comprendidos, se convierten en ruido. La ciencia del dato es el nuevo alfabeto del progreso. 

Ciberseguridad global: proteger nuestra civilización digital Los ataques ya no son locales ni individuales. Son ataques a la infraestructura, a la democracia, a la confianza colectiva. La ciberseguridad no será una opción técnica, sino una condición de posibilidad para la continuidad de nuestra civilización conectada. 

 Estas tecnologías no son fines en sí mismos. Son espejos que reflejan nuestras aspiraciones y temores. Usadas con sabiduría, pueden ayudarnos a resolver los grandes desafíos de la humanidad. Usadas sin control, pueden amplificarlos. 

ISAAC ASIMOV: EL PROFETA DEL ÁTOMO Y LA LÓGICA QUE VINO DEL BRONX




A veces uno se pregunta si el siglo XX ha sido una broma de mal gusto con sus guerras, sus dictadores con bigote y sus promesas incumplidas de futuro. Pero también, en medio del ruido y la furia, aparecieron tipos que parecían llegados de otro planeta. No en vano Isaac Asimov nació en la Unión Soviética y terminó en el Nueva York del Bronx, y si eso no es un viaje interestelar, que baje Carl Sagan y lo vea.

Asimov no fue un escritor. Fue una fábrica de pensamientos mecanografiados. Dicen que escribió o editó más de 500 libros. Si se le preguntaba cuántos, respondía: “No lo sé. Perdí la cuenta”. Como si dijera: “Hoy he cocinado 37 sopas distintas. Algunas incluso se pueden comer”. Porque eso era él: una máquina de pensar que se tomaba la vida con ese humor judío que tanto se agradece en tiempos de inflación y algoritmos.

Nació en 1920, en Petrovichi, un lugar tan remoto que apenas cabía en el mapa. A los tres años ya estaba en Brooklyn, ese laboratorio humano de acentos y fritangas. Allí aprendió el inglés a base de cómics, se enamoró de la ciencia en las revistas pulp, y descubrió que el futuro se podía escribir con la misma soltura con la que se pide un sándwich de pastrami en Katz’s Delicatessen.

Cuentan que tenía miedo a volar, que nunca aprendió a conducir y que hablaba como quien da clase en un planeta con atmósfera de conocimiento. También tenía una voz nasal y una testarudez entrañable, como de librero que nunca te recomienda lo que le pides, sino lo que necesitas. Y lo cierto es que Asimov siempre supo lo que necesitábamos: robots con conciencia, planetas organizados como imperios romanos y una humanidad que, entre catástrofe y catástrofe, aún tenía fe en la razón.

Porque esa es la esencia de su genialidad. No es que inventara las tres leyes de la robótica (que lo hizo), ni que se adelantara a conceptos como la inteligencia artificial (que también). Es que creía de verdad en la inteligencia humana. En la capacidad de pensar, de deducir, de planificar. En que el conocimiento no debía ser un lujo, sino un derecho de nacimiento. Como el gazpacho o la novela negra.

Uno lee Fundación y no encuentra láseres ni persecuciones. Encuentra psicohistoria, una disciplina imaginaria que mezcla estadística y sociología para predecir el futuro. Es decir: Asimov fue el primer sociólogo que interesó a los adolescentes. Y eso, en mi barrio, es más difícil que vender pescado fresco en domingo.

Su otra gran obsesión fueron los robots. No los concebía como esclavos ni enemigos, sino como una prolongación ética del ser humano. Inventó leyes para que no nos mataran, cuando todavía ni siquiera habíamos inventado las leyes para que no nos matáramos entre nosotros. Así era él: un visionario con bata blanca, más cerca del profesor chiflado que del gurú de Silicon Valley.

Murió en 1992, cuando aún se usaban disquetes y España soñaba con el AVE. Murió sin estridencias, como un sabio cansado de repetir la lección. Algunos dicen que el sida lo mató, contraído en una transfusión contaminada durante una operación de corazón. Lo mantuvo en secreto, dicen, porque hasta para morir era elegante. O discreto. O simplemente harto de las explicaciones.

Asimov no necesitaba fuegos artificiales. Tenía una biblioteca. Una máquina de escribir. Y una cabeza que funcionaba a la velocidad de la luz.

En tiempos donde se venera más al influencer que al pensador, conviene sentarse una tarde y leer a Asimov. No por nostalgia del futuro, sino por fe en la inteligencia. Y porque, la ciencia ficción de verdad no es la que predice el porvenir, sino la que nos recuerda que todavía podemos merecerlo.

JESÚS NÚÑEZ CÁRCELES UNA GUÍA COMPLETA DE LAS PRISIONES ESPAÑOLAS

 


De vez en cuando,  nos sorprende alguna Joya inédita con una temática original, o una construcción novedosa, en el panorama de la autoedición de libros en Amazon. Este es el caso de " Mi Vida Entre Rejas. Manual de Supervivencia a las Cárceles Españolas." 

Si te preguntas sobre la idea de si se puede entrelazar una guía técnica para sobrevivir a las prisiones Españolas, unido a una historia autobiográfica de un preso durante 12 años en prisión, la respuesta es esta completa guía. Que como bien comenta, nos puede ser de utilidad a cualquiera de nosotros en algún momento de nuestra vida, pues nadie está libre de cometer un error en su vida. Conoceremos en profundidad sobre nuestros derechos a la hora de ser detenidos, los procedimientos internos y funcionamiento de instituciones penitenciarias, trucos y cosas a tener en cuenta al entrar en prisión. El funcionamiento de la reinserción social. Aspectos psicológicos a tener en cuenta para sobrevivir durante tu condena, funcionarios, e incluso divertidos capítulos sobre anécdotas, además de coincidencias con presos famosos. Como el caso de Coto Matamoros, Mario Conde o la Veneno. En definitiva, una guía de prisiones con una historia real autobiográfica incorporada, y que recomendamos su lectura. Es amena, técnica, y precisa a la vez. 

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                                      Desde Literatura Universal a Ciencias y Humanidades

Acaba de caerse pongo alternativos temporalmente
 
 
 
 
 
 
 
 




SOLUCIÓN AL JUEGO DE LOS FÓSFOROS

Solución.
Las fósforos deben colocarse como muestra la figura (a) la superficie de esta figura es igual al cuádruplo de la de un cuadrado hecho con cuatro fósforos. ¿Cómo se comprueba que esto es así? Para ello aumentamos mentalmente nuestra figura hasta obtener un triángulo. Resulta un triángulo rectángulo de tres fósforos de base y cuatro de altura. Su superficie será igual a la mitad del producto de la base por la altura: 1/2 x 3 x 4 = 6 cuadrados de lado equivalente a una cerilla (véase figura b). Pero nuestra figura tiene evidentemente un área menor, en dos cuadrados, que la del triángulo completo, y por lo tanto, será igual a cuatro cuadrados, que es lo que buscamos.


Se deben colocar así:


JUEGO MATEMÁTICO CON CERILLAS


Palitos geométricos
En esta sección presentaremos una serie de acertijos y problemas de construcción con palitos de fósforo, los cuales pretenden ser entretenidos y divertidos.
El objetivo principal es despertar la capacidad de aplicar el razonamiento, estrategias y formas de resolver cada uno de los problemas y acertijos que aquí se presentan.






2.1. Con 12 fósforos Con doce fósforos puede construirse la figura de una cruz (véase la figura), cuya área equivalga a la suma de las superficies de cinco cuadrados hechos también de fósforos.
Cambie usted la disposición de los fósforos de tal modo que el contorno de la figura obtenida abarque sólo una superficie equivalente a cuatro de esos cuadrados.
Para resolver este problema no deben utilizarse instrumentos de medición de ninguna clase.

La Solución la próxima semana

VIDA DE ALBERT EINSTEIN A TRAVÉS DE FOTOGRAFÍAS

Cuando murió Isaac Newton, su capilla ardiente se instaló en la cámara de Jerusalén de la abadía de Westminster, y entre los portadores de su féretro hubo un lord canciller, dos duques y tres condes. Einstein podría haber tenido un funeral parecidamente rutilante, con la asistencia de dignatarios de todo el mundo. Pero lejos de ello, y de acuerdo con su propio deseo, su cuerpo fue incinerado en Trenton la misma tarde del día de su muerte, antes de que la mayor parte del mundo se hubiera enterado de la noticia.

En el crematorio hubo solo doce personas, incluyendo a Hans Albert Einstein, Helen Dukas, Otto Nathan y cuatro miembros de la familia Bucky. Nathan recitó unas cuantas líneas de Goethe, y luego llevó las cenizas de Einstein al cercano río Delaware, donde fueron esparcidas.«Ningún otro hombre ha contribuido tanto a la vasta expansión del conocimiento en el siglo XX —declararía el presidente Eisenhower—. Pero tampoco ha habido ningún otro hombre más modesto en la posesión de ese poder que es el conocimiento, ni más consciente de que el poder sin sabiduría resulta mortífero». Al día siguiente el New York Times publicó nueve artículos más un editorial sobre su muerte: «El hombre se alza en esta diminuta tierra, contempla la miríada de estrellas, los ondulantes océanos y los susurrantes árboles, y se pregunta asombrado: ¿qué significa todo esto?, ¿de dónde ha salido? El hombre con mayor capacidad de asombro y reflexión que ha aparecido entre nosotros en tres siglos ha fallecido en la persona de Albert Einstein».

Einstein había insistido en que se esparcieran sus cenizas a fin de que el lugar de su último descanso no se convirtiera en objeto de mórbida veneración. Pero hubo una parte de su cuerpo que no se quemó. En un drama que parecería ridículo si no fuera tan macabro, el cerebro de Einstein acabaría siendo una reliquia ambulante durante más de cuatro décadas. Unas horas después de su muerte, un patólogo del hospital de Princeton, Thomas Harvey —un cuáquero provinciano de carácter afable y una visión difusa de la vida y la muerte— realizó lo que se suponía que había de ser una autopsia rutinaria. Mientras el afligido Otto Nathan observaba en silencio, Harvey fue sacando e inspeccionando cada uno de los órganos principales de Einstein, para acabar finalmente empleando una sierra eléctrica para cortarle el cráneo y sacarle el cerebro. Cuando volvió a coser el cuerpo, decidió, sin pedir permiso a nadie, dejar fuera el cerebro de Einstein y embalsamarlo. A la mañana siguiente, en una clase de quinto curso de la escuela de Princeton, el profesor les preguntó a sus alumnos qué noticias habían oído aquel día. «Einstein ha muerto», dijo una chica, ansiosa de ser la primera en dar aquella información. Pero pronto perdería el protagonismo ante un chico más bien callado que se sentaba en las últimas filas. «Mi papá tiene su cerebro», declaró. Nathan se horrorizó cuando se enteró de aquello, al igual que la familia de Einstein. Hans Albert llamó al hospital para quejarse, pero Harvey insistió en que el estudio del cerebro podría tener un gran valor científico. Es lo que habría querido Einstein, añadió. Su hijo, que desconocía qué derechos legales y prácticos podía tener en la materia, acabó cediendo.  Harvey no tardaría en verse acosado por gente que quería el cerebro de Einstein, o al menos una parte de él. Fue convocado a Washington para entrevistarse con oficiales de la unidad de patología del ejército estadounidense; sin embargo, y pese a sus demandas, se negó a mostrarles su preciada posesión. Para él su custodia se había convertido en una especie de misión. Finalmente decidió pedirles a unos amigos de la Universidad de Pensilvania que convirtieran parte el cerebro de Einstein en rodajas microscópicas de modo que lo metió, cortado a trozos, en dos botes de cocina de cristal, y se lo llevó en la parte trasera de su Ford. Con los años, en un proceso que sería tan ingenuo como extravagante, Harvey iría enviando rodajas o trozos de lo que quedaba del cerebro a los investigadores que le cayeran en gracia. No exigió ningún estudio riguroso, y durante años nadie publicó ninguno. Mientras tanto, Harvey dejó el hospital de Princeton, se separó de su esposa, volvió a casarse un par de veces, y se trasladó de New Jersey a Missouri, y luego a Kansas, a menudo sin dejar su nueva dirección, y acompañado siempre de los fragmentos que le quedaban del cerebro de Einstein.


De vez en cuando, un periodista redescubría la noticia y encontraba la pista de Harvey, causando un pequeño revuelo mediático. Steven Levy, que por entonces trabajaba en New Jersey Monthly y más tarde lo haría en Newsweek, le encontró en 1978 en Wichita, donde le enseñó un bote de conserva de cristal con trozos del cerebro de Einstein, que sacó de una caja con una etiqueta que rezaba «Sidra Costa» y que guardaba en un rincón de su despacho detrás de una nevera de picnic de color rojo.Veinte años después, Harvey fue localizado de nuevo, esta vez por Michael Paterniti, un escritor de estilo conmovedor y poco convencional que trabajaba para Harper’s, y que convirtió su viaje en un Buick alquilado a través de Estados Unidos con Harvey y el cerebro en un artículo premiado, y luego en un libro que sería un éxito de ventas, Viajando con Mr. Albert. Su destino era California, donde fueron a hacerle una visita a la nieta de Einstein, Evelyn, que estaba divorciada, tenía un empleo precario y se esforzaba en luchar contra la pobreza. A ella los paseos de Harvey con el cerebro le parecían horripilantes, pero tenía especial interés en un secreto que este podía guardar. Ella era la hija adoptada de Hans Albert y su esposa Frieda, pero el momento y las circunstancias de su nacimiento resultaban confusos. Había oído rumores que la hacían sospechar de que era posible, solo posible, que en realidad fuera hija del propio Einstein. Había nacido tras la muerte de Elsa, cuando Einstein pasaba su tiempo con distintas mujeres. Tal vez había sido el resultado de una de aquellas relaciones, y luego él había dispuesto que Hans Albert la adoptara. En colaboración con Robert Schulmann, uno de los primeros editores de los papeles de Einstein, esperaba ver qué podían averiguar estudiando el ADN de su cerebro. Por desgracia, resultó que el método que había empleado Harvey para embalsamar el cerebro hacía imposible la extracción de ADN aprovechable, de modo que sus dudas jamás se verían resueltas. En 1998, después de cuarenta y tres años como guardián ambulante del cerebro de Einstein, Thomas Harvey, que entonces tenía ochenta y seis años de edad, decidió que había llegado el momento de ceder aquella responsabilidad a otro. De modo que llamó a la persona que en aquel momento ejercía su antiguo trabajo como patólogo en el hospital de Princeton y se lo dejó a ella.[De las docenas de personas a las que Harvey entregó trozos del cerebro de Einstein a lo largo de los años, solo tres publicaron estudios científicos significativos. El primero lo realizó un equipo de Berkeley dirigido por Manan Diamond. En él se informaba de que un área del cerebro, que formaba parte de la corteza parietal, albergaba una proporción de lo que se conoce como células gliales superior a la de neuronas. Según los autores, esto podía indicar que las neuronas empleaban y necesitaban mayor energía. Un problema de ese estudio era que en él se comparaba el cerebro de Einstein, un cerebro de setenta y seis años, con otros once de hombres que habían muerto a una media de edad de sesenta y cuatro. No había otros genios en la muestra para ayudar a determinar si los hallazgos seguían una pauta. Y había asimismo otro problema fundamental; dada la imposibilidad de seguir el desarrollo del cerebro a lo largo de toda una vida, no estaba claro qué atributos fisicos podían ser la causa de una mayor inteligencia y cuáles, en cambio, podrían ser el efecto de años y años de usar y ejercitar determinadas partes del cerebro. Un segundo artículo, publicado en 1996, sugería que la corteza cerebral de Einstein era más fina que la de otros cinco cerebros de muestra, y que la densidad de sus neuronas era mayor. Una vez más, la muestra era reducida, y las evidencias de una posible pauta resultaban incompletas. El artículo más citado fue el elaborado en 1999 por la profesora Sandra Witelson y un equipo de la Universidad McMaster de Ontario. Harvey le había enviado un fax espontáneamente ofreciéndole muestras para su estudio. Aunque era ya octogenario, condujo él mismo hasta Canadá transportando un trozo del cerebro de Einstein que equivalía aproximadamente a una quinta parte de este y que incluía el lóbulo parietal. Cuando se comparó con los cerebros de otros treinta y cinco hombres, el de Einstein resultó tener un surco mucho más corto en un área de su lóbulo parietal inferior, que, según se cree, es clave para el pensamiento matemático y espacial. Su cerebro también era un 15 por ciento más ancho en esa región. El artículo especulaba con la posibilidad de que esos rasgos hubieran producido circuitos cerebrales más ricos e integrados en la zona. Pese a todo esto, la verdadera comprensión de la imaginación y la intuición de Einstein no vendrá de andar hurgando en sus patrones de glías y de surcos. La cuestión relevante es cómo funcionaba su mente, no su cerebro. La razón que el propio Einstein daba con más frecuencia para explicar sus logros mentales era su curiosidad. Como diría hacia el final de su vida: «Yo no tengo ningún talento especial; solo soy apasionadamente curioso». Quizá ese rasgo sea el mejor punto de partida a la hora de examinar los elementos de su genio. Así, estaba presente cuando era un niño enfermo en cama y trataba de averiguar por qué la aguja de la brújula señala hacia el norte. La mayoría de nosotros recordamos haber visto aquellas agujas girando hasta situarse en la posición correcta, pero pocos pasamos a preguntamos con pasión cómo puede funcionar un campo magnético, con qué velocidad puede propagarse o cómo podría interactuar con la materia. ¿Cómo sería viajar a toda velocidad con un rayo de luz? Si nos movemos por un espacio curvo del mismo modo en que un escarabajo se mueve por una hoja curva, ¿cómo lo notamos? ¿Qué significa afirmar que dos acontecimientos son simultáneos? La curiosidad, en el caso de Einstein, no provenía solo del deseo de cuestionar lo misterioso, sino que —lo que resulta más importante— provenía también de una capacidad de asombro casi infantil que le llevaba a cuestionar lo familiar, aquellos conceptos con los que, como él mismo diría en cierta ocasión, «el adulto normal nunca se estruja la cabeza». Él podía contemplar hechos conocidos y extraer ideas que escapaban a la observación de otros. Ya desde Newton, por ejemplo, los científicos sabían que la masa inerte era equivalente a la masa gravitatoria. Pero Einstein supo ver que eso significaba que existía también una equivalencia entre gravedad y aceleración que abría la puerta a una explicación del universo.Uno de los principios de la fe de Einstein era que la naturaleza no estaba agobiada por atributos extraños. Por lo tanto, la curiosidad debía tener un propósito. Para Einstein, esta existía porque creaba mentes que cuestionaban, que producían una apreciación del universo que él comparaba con los sentimientos religiosos. «La curiosidad tiene su propia razón de ser —explicaba en cierta ocasión—. Uno no puede por menos que sentir admiración cuando contempla los misterios de la eternidad, de la vida, de la maravillosa estructura de la realidad».Desde el primer momento, la curiosidad y la imaginación de Einstein se expresaron sobre todo a través del pensamiento visual —imágenes mentales y experimentos mentales—, antes que verbalmente. Ello incluía la capacidad de visualizar la realidad física que describían las pinceladas de las matemáticas. «Detrás de una fórmula él veía de inmediato su contenido físico, mientras que para nosotros seguía siendo una fórmula abstracta», recordaba uno de sus primeros alumnos. Planck ideó el concepto de los cuantos, que él consideraba sobre todo un artilugio matemático, pero fue Einstein quien comprendió su realidad física. A Lorentz se le ocurrieron las transformaciones matemáticas que describían los cuerpos en movimiento, pero fue Einstein quien creó una nueva teoría de la relatividad basándose en ellas. Cierto día, en la década de 1930, Einstein invitó a Saint-John Perse a Princeton para averiguar cómo trabajaba el poeta. «¿Cómo surge la idea de un poema?», le preguntó. El poeta le habló del papel que desempeñaban la intuición y la imaginación. «Lo mismo le ocurre al hombre de ciencia —respondió Einstein encantado—. Es una iluminación repentina, casi un éxtasis. Es cierto que luego la inteligencia analiza y los experimentos confirman o invalidan la intuición. Pero inicialmente se produce un gran salto adelante de la imaginación».Había cierta estética en el pensamiento de Einstein, cierto sentido de la belleza. Y él consideraba que uno de los componentes de la belleza era la simplicidad. Así, se había hecho eco de la sentencia de Newton de que «a la naturaleza le agrada la simplicidad» en el credo que declaró en Oxford el mismo año en que dejó Europa para trasladarse a Estados Unidos: «La naturaleza es la realización de las ideas matemáticas más simples concebibles».



A pesar de la «navaja de Ockham» y de otras máximas filosóficas en la misma línea, no hay ninguna evidente de que tal cosa sea cierta. Así cómo es posible que Dios realmente pueda jugar a los dados, del mismo modo también lo es que pueda deleitarse en complejidades bizantinas. Pero Einstein no pensaba así. «A la hora de construir una teoría, su planteamiento tenía algo en común con el de un artista —decía Nathan Rosen, su ayudante en la década de 1930—. Él aspiraba a la simplicidad y a la belleza, y para él la belleza era, al fin y al cabo, básicamente simplicidad». Se convirtió en una especie de jardinero que limpiara de malas hierbas un macizo de flores. «Creo que lo que permitió a Einstein hacer tanto fue sobre todo una cualidad moral —decía el físico Lee Smolin—. Simplemente le preocupaba mucho más que a la mayoría de sus colegas el hecho de que las leyes de la física habían de explicar toda la naturaleza de forma coherente y consistente». El instinto unificador de Einstein estaba incardinado en su personalidad y se reflejaba en su postura política. Del mismo modo que aspiraba a una teoría unificada que en ciencia pudiera gobernar el cosmos, también aspiraba a una que en política pudiera gobernar el planeta, una que superara la anarquía del nacionalismo desenfrenado a través de un federalismo mundial basado en principios universales. Quizá el aspecto más importante de su personalidad fue la voluntad de ser un inconformista. Era aquella una actitud que celebraría en un prólogo que escribió, hada el final de su vida, a una nueva edición de las obras de Galileo. «El tema que yo identifico en el trabajo de Galileo —decía— es la apasionada lucha contra cualquier clase de dogma basado en la autoridad». Tanto Planck como Poincaré y como Lorentz se acercaron a algunos de los avances que hiciera Einstein en 1905. Pero se vieron demasiado limitados por el dogma basado en la autoridad.



Einstein fue el único de ellos que se mostró lo bastante rebelde como para prescindir del pensamiento convencional que había definido la ciencia durante siglos. Este jovial inconformismo le hacía retroceder ante la visión de los soldados prusianos marchando a paso militar. Asimismo, esa perspectiva personal se convertiría también en una perspectiva política. A Einstein le ponía los pelos de punta cualquier forma de tiranía sobre las mentes libres, desde el nazismo hasta el estalinismo, pasando por el macartismo. Su credo fundamental era que la libertad constituía la savia de la creatividad. «El desarrollo de la ciencia y de las actividades creativas del espíritu —decía— requiere una libertad consistente en la independencia del pensamiento con respecto a las restricciones del prejuicio autoritario y social». Y creía que alimentar esa independencia había de ser el papel fundamental del gobierno y la misión de la educación. Había un sencillo conjunto de formulas que definían la perspectiva de Einstein. La creatividad requería estar dispuesto a no conformarse. Lo cual, por su parte, requería alimentar mentes libres y espíritus libres, y ello, a su vez, exigía «un espíritu de tolerancia». Y la base de la tolerancia era la humildad, la creencia de que nadie tenía derecho a imponer ideas y creencias a otros. El mundo ha visto un montón de genios insolentes. Pero lo que hacía especial a Einstein era el hecho de que su mente y su alma se veían atemperadas por su humildad. Podía mostrarse serenamente confiado en su solitaria carrera y, al mismo tiempo, humildemente maravillado ante la belleza de la obra de la naturaleza. «Un espíritu se manifiesta en las leyes del universo; un espíritu inmensamente superior al del hombre, y uno ante el que nosotros, con nuestros modestos poderes, debemos sentimos humildes —escribió—. De ese modo la actividad de la ciencia lleva a una clase especial de sentimiento religioso». Para algunas personas, los milagros son evidencias de la existencia de Dios. Para Einstein era la ausencia de milagros la que reflejaba la divina providencia. Era el hecho de que el cosmos resultara comprensible, de que siguiera leyes, lo que suscitaba admiración. Esa era la cualidad definitoria de un «Dios que se revela en la armonía de todo lo que existe». Einstein consideraba que ese sentimiento de reverencia, esa religión cósmica, era la fuente de todo arte y ciencia verdaderos. Y era lo que a él le guiaba. «Cuando juzgo una teoría —decía—, me pregunto si, en el caso de que yo fuera Dios, habría dispuesto el mundo de esa manera». Y era también lo que le daba su hermosa mezcla de confianza y asombro. Einstein era un solitario vinculado íntimamente a la humanidad, un rebelde imbuido de reverencia. Y fue así como aquel imaginativo e impertinente funcionario de patentes se convirtió en el adivino que leería los pensamientos del creador del cosmos, en el cerrajero que abriría los misterios del átomo y del universo.



              Paulina y Hermann Einstein





En una foto de estudio en Munich, Einstein a los catorce años








En la escuela de Aarau, 1896




Con Mileva Maric, c. 1905.






Con Mileva y Hans Albert. 1905


Eduard, Mileva y Hans Albert





Con Conrad Habicht (izquierda) y Maurice Solovinc de la Academia Olimpia, c. 1902




Anna Winteler Besso v Michele Besso








En la oficina de patentes de Berna durante el «año milagroso» de 1905



En Praga, 1912






Marcel Grossmann, quien le ayudó con las formulas matemáticas tanto en clase como en la relatividad general




Paseando con Madame Curie en Suiza, 1913




Con el químico Fritz Haber, asimilacionista y mediador en su matrimonio, julio de 1914





Bajo la atenta mirada del líder sionista Chaim Weizmann en Nueva York, abril de 1921






Encuentro con la prensa en Nueva York, 1930.





Con Elsa en el Gran Cañón, febrero de 1931







El Congreso Solvay de 1911






El Congreso Solvay de 1927






Recibiendo la medalla Max Planck de manos del propio Planck. 1929.





En Leiden: detrás. Einstein. Ehrenfest y De Sitter: delante. Eddington y Lorentz: septiembre de 1923.





Con Paul Ehrenfest y el hijo de este en Leiden





Niels Bohr y Einstein hablando de mecánica cuántica en casa de Ehrenfest, en Leiden, 1925, en una foto hecha por el propio Ehrenfest.







De vacaciones en el Báltico. 1928



                                                   Conectando con el cosmos





Con Elsa y su hija Margot. Berlín, 1929.







Margot e Ilse Einstein en la casa de Caputh, 1929









En Caputh con su hijo Hans Albert y su nieto Bernhard, 1932







En el Observatorio Monte Wilson, cerca del Tecnológico de California. descubriendo que el universo se expande, enero de 1931







Navegando contra el viento, estrecho de Long Island, 1936



Recibiendo a Hans Albert a su llegada a Estados Unidos. 1937






Margot, Einstein y Helen Dukas haciendo el juramento de ciudadanía estadounidense, octubre de 1940






Recibiendo un telescopio en el jardín trasero del número 112 de Mercer Street, bajo el ventanal abierto en su estudio






Con Kurt Gödel en Princeton. 1950